Cuando la justicia se vistió de falda

1937. Bogotá era una ciudad con distancias cortas, aire puro, y un encantador tranvía. Para el rector de la Universidad Externado de Colombia sería un año inolvidable.
 
Ricardo Hinestrosa Daza, con sorpresa, aceptó la petición de las dos mujeres que visitaban su despacho con estas palabras : “Yo tengo mucho gusto en recibirla, pero no respondo por el comportamiento de los muchachos”. Rosa Rojas Castro era admitida en la facultad de Derecho del Externado. Una mujer, la única entre 300 hombres que estudiaban jurisprudencia. Por los pasillos de la facultad de Derecho una joven de tez morena, cara alargada; con zapatos de suela de goma y libros gruesos bajo el brazo, era acompañada por su progenitora. Durante el primer año de estudios Rosita, como sería conocida por el resto de su vida, fue escoltada por su señora madre, pues según ella, era menester que la niña se acostumbrara al ambiente. Hinestrosa Daza, en broma, se preguntaba cuál de las dos se graduaría primero.
 
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La abogada Rosa Rojas Castro con el acusado Farina
 
Rosita Rojas se destacó como buena estudiante. Fue merecedora del respeto y la camaradería de sus compañeros. Los años de inmersión en códigos, jurisprudencias, leyes y teorías pronto tendrían su primera prueba: la realidad, el primer caso. 
 

El caso Farina: la primera mujer abogada en los estrados

La fuerte lluvia de la tarde del 3 de abril de 1941, no fue obstáculo para que las gentes asistieran a la audiencia pública del caso “Farina”. La prensa de aquellos días había dedicado extensas columnas sobre el homicida, y en especial a su particular defensora. Gracias a la expectativa generada por los periódicos, la audiencia fue todo un acontecimiento capitalino. La joven estudiante cursaba el último año de Derecho, realizaría la práctica judicial defendiendo al negro “Farina”. El procesado estaba sindicado del homicidio de una mujer que lo acosaba, continuamente, con exigencias e imposiciones. La desafortunada y no correspondida dama atacó con cuchillo al importunado caballero, a quien le zanjó una profunda herida en el rostro. “Farina” respondió el ataque con una acertada puñalada. La mujer murió en el acto.
 
Rosita Rojas vestía traje azul oscuro, un sombrero de fieltro de igual color y zapatos de tacón. Con ánimo resuelto inició su alegato en los estrados: “Que mi primera palabra sea una voz de aliento a las mujeres colombianas, a quienes se abren hoy las puertas del foro”. Una primera ovación retumbó en la sala, más de 500 personas celebraban la presencia de la defensora. La abogada fundamentó su alegato en las teorías jurídicas de la legítima defensa y el estado de ira e intenso dolor. La prensa que cubrió el juicio aseguró que el debate entre fiscal y defensora fue intenso. La intervención de Rosita fue interrumpida en varias ocasiones por los aplausos del publico delirante. El fallo del jurado fue inapelable; Rafael Molano, alias “Farina”, fue declarado inocente. La carrera de Rosita Rojas había encontrado un trampolín perfecto. Los periódicos, en sus ediciones del día siguiente, cubrieron la noticia con gran despliegue. Fotos de la futura abogada en acción se advirtieron en las páginas centrales de los matutinos. La vida de Rosa Rojas estaba cambiando. 

Flores en el despacho: la primera jueza en la historia de Colombia

Con una tesis sobre la delincuencia infantil obtuvo su grado el 14 de julio de 1941. La primera mujer abogada del país. Exactamente un año después, la promisoria abogada sería nombrada la primera jueza en la historia de Colombia. El mismo mes, en EEUU, las mujeres cirujanas eran aceptadas en el cuerpo médico de las fuerzas armadas; una mujer sería admitida por primera vez en un cuerpo de bomberos; y otra adquiría la licencia de jockey profesional.
 
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Mosaico de graduados en 1941, en la Universidad Externado de Colombia, donde se aprecia la foto de la abogada Rosa Rojas Castro
 
Pero el nombramiento de Rosita Rojas fue demandado por un abogado que, insatisfecho, decidió defender los preceptos constitucionales. Argumentó que la Constitución Nacional de Colombia exigía como requisito para desempeñar el cargo de juez el ser ciudadano; y por aquellos días la conservadora constitución de 1886 otorgaba ese derecho exclusivamente a los hombres mayores de 21 años. La defensa del nombramiento estuvo a cargo de tres antiguos profesores de Rosita Rojas. Sin mayor complicación el Consejo de Estado dirimió el asunto a favor de la jueza. La decisión del Consejo se fundamentó en la misma fuente que el tinterillo insatisfecho lo hizo, la Constitución. El texto constitucional, un artículo después del empleado por leguleyo, permitía el desempeño de la mujer en dichos cargos con previa autorización.
 
Resuelto el inconveniente, Rosita Rojas ocupó sin problema la oficina 109 del Palacio de Justicia. Quienes entraban al despacho siempre encontraban claveles rojos y códigos sobre el escritorio; un orden estricto en todo el juzgado; y una versión actual de la diosa Temis, una encantadora mujer de piel tostada que fumaba cigarrillos sin filtro al mejor estilo de Marlene Dietrich, mientras resolvía líos jurídicos en medio de velos de humo. 

Desde un carterista hasta un ex presidente

El primer caso que dirimió la jueza Rojas Castro fue el de un temido carterista que hacía de las suyas en el tranvía. No le tembló la mano para condenarlo a 3 meses de arresto y al pago de una indemnización por la suma de 10 pesos.
 
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Las dos primeras mujeres juzgadas y condenadas por la justicia femenina fueron un par de damas que se disputaban el amor y los favores de un apuesto mancebo. Las celosas protagonistas del incidente; luego de hacer gala de una variedad casi infinita de insultos, confiaron a sus manos, rasguños, mordiscos, y patadas la solución de su diferencia sentimental. La juez y representante del género, debió entender perfectamente la sicología femenina, condenó a las dos desengañadas peleadoras; a la celosa dueña habitual del galán, la sentenció a pagar 10 meses de cárcel y una multa de 30 pesos; a la celosa e intermitente poseedora del infiel varón, la justicia la castigó con prisión de 3 meses y una multa de 4.50 pesos.
 
El expresidente conservador Laureano Gómez fue llamado a comparecer ante el floreciente juzgado del 109 en el Palacio de Justicia. El expresidente como representante legal del periódico El Siglo, se hizo presente en el despacho para responder por una información no acorde con la realidad, y que exigió la rectificación por parte del afectado. La víctima era el director de la Caja Agraria, un doctor López Pumarejo, no el expresidente, pero tal vez un familiar muy cercano. La publicación de El Siglo aseguraba que un desfalco de 200,000 pesos se había presentado en la Caja Agraria. El director de la institución demandó al diario por no rectificar la noticia como lo exigía la Ley de Prensa de 1944. Semejante lío, digno de nuestras remotas clases dirigentes, lo tuvo a bien conocer Rosa Rojas. Sin mayor alboroto, zanjó el litigio a favor del inolvidable ex presidente Gómez.  

El amor de su vida

Era el año de 1945, el país contaba con dos abogadas tituladas ; Rosita Rojas y Gabriela Pelaéz. Próximamente se graduarían seis mujeres más. En ese año, la jueza Rojas sería nombrada profesora de derecho procesal penal en la sección femenina de la facultad de derecho de la Universidad Javeriana. La Procuraduría General de la Nación destacó su juzgado como uno de los más eficientes, en dos años de labores había dictado 1851 providencias.
 
Para Rosita Rojas el estudio y el trabajo no le dejaban mucho tiempo libre, “yo no he tenido tiempo para aceptar galanteos, y el estudio me ha privado de bailes y diversiones propicias para tales requerimientos amorosos, el amor puede esperar”, esa era la respuesta que dio en distintas entrevistas cuando se le interrogaba por el amor. Su sobrino Fernando, recuerda que su tía, en sus ratos libres, disfrutaba de la lectura de obras literarias y de la práctica de la equitación. El libro predilecto de Rosita Rojas era "Las mil y una noches". Tuvo algunos novios pero con ninguno formalizó un compromiso matrimonial. Sabía que al adquirir un compromiso tal no podría desempeñar su profesión con la libertad que la había acompañado. Siempre llevó una sortija en el dedo anular izquierdo, por aquellos días aclaró, en una entrevista realizada en la víspera de su viaje a Roma para tomar una especialización en derecho penal, el significado del anillo : “No es promesa de matrimonio, es noviazgo. Simplemente, cuando comencé a estudiar me desposé con los libros, con la profesión, hice la promesa de dedicar todas mis actividades a la nueva vida que me había hecho. Por eso llevo esa sortija.” 

La justicia tiene nombre de mujer

Alfonso el Sabio, Rey de España, prohibió a las mujeres el ejercicio del derecho. Concha Arenal, dama española del siglo pasado y apasionada por la ciencia jurídica, asistía disfrazada a varias cátedras de derecho en la Universidad Central de Madrid, años después publicaría un buen número de obras jurídicas en varios idiomas. Porcia, personaje central en El mercader de Venecia de Shakespeare para defender, con éxito, al mejor amigo de su amado de una sentencia mortal, comparece disfrazada de abogado defensor ante el tribunal. La representación griega de la justicia no fue un apolíneo efebo, Temis con su balanza en la mano, sus ojos vendados, y su fina silueta, resumía la concepción helena de la justicia. Puede que en la actualidad la justicia no responda a esa imagen, pero las mujeres han labrado su propio camino en un mundo machista.
 
Rosita Rojas, una de las primeras profesionales, la primera abogada del país, la primera mujer en administrar justicia en Colombia, la precursora de futuras abogadas que vieron en ella la imagen de la reivindicación femenina, marcó un hito en la historia de la mujer en Colombia. El último cargo que ocupó fue el de abogada asesora de la Jefatura de Rentas e Impuestos Nacionales. Representó en varios congresos internacionales a la mujer colombiana. En 1959 Rosa Rojas muere en la Clínica Marly de encefalitis aguda a la edad de cuarenta años. Desde un principio su causa, según sus palabras a un diario nacional, fue el “ayudar a levantar la condición civil y la desigualdad en que se encontraba la mujer en nuestro país”. Rosa Rojas con los códigos sobre el escritorio, un florero con claveles rojos, y un estilo muy Dietrich al fumar, libró su batalla.
 
*Este texto ganó el PREMIO NOPAL MEJOR CRÓNICA - FELAFACS. Tijuana, México.
Héctor A. Calderón B.

Escritor, guionista y docente universitario.

Premio Nacional de Guión 2010.

Ministerio de Cultura, Colombia.