"MANK" de David Fincher: Rosebud, lo sagrado y ético de la escritura

Uno puede tener falencias, perderse en el laberinto de sus zonas oscuras. De aquello que nos domina y nos resta más que sumar, que nos recorta la vida, quizá sumando alegrías pero revelando un desgarro del alma no solucionado. Como pasa a veces con algunos que llamamos despectivamente perdidos, que luego si se redimen, nos enseñan, nos dan un sentido de vida que nos rebasa, frente al drama que encarnan con una botella de whiskey, una baraja de naipes y un pasado que duele, que te oprime y crees escapar tras la fachada de la diversión.
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El guionista Herman Mankiewicz, autor de "Citizen Kane" y Gary Oldman, quien lo representa en "Mank"
 
— Todo eso puede ocurrir — diremos. Pero es lo usual, es ese lento camino de autodestrucción. En ese camino sin retorno. 

Sacarle oro a las miserias cotidianas

Pero incluso en ese camino descartado, podemos descubrir un día que tenemos un don sagrado, si nos atrevemos a reclamar al final que muestra mejor historia merece ser reconocida de nuestra autoría.
 
Eso le pasó a Herman Mankieuwicz, el célebre coautor del guion original de la quizá mejor película de la historia del cine: “El ciudadano Kane”.
 
 
Mank, como llamaban al guionista, supo sacar oro de sus miserias, supo extraer algo valioso de esa ambivalencia de un hombre adicto al alcohol, a las apuestas y a los amores platónicos, como en descarnada descripción su esposa Sara, le resume su carga en la película. Ella, la heroína de apoyo y amor detrás del talento. De ese hombre quizá enfermo y destructor de su propia vida, pero siempre pendiente de su familia, amigos y causas sociales.
 
¿Y bajo esa situación de nuestro personaje, podemos ser testigos de la historia del hombre, ser su faro ético en silencio como nos dice Cortázar? ¿Podemos hacer ese viaje revelando nuestra levedad, esa adicción sacada del nido de lo que criticamos? ¿Criticar el capitalismo y la industria del cine y del periodismo, encarnando su pecado de un consumo adictivo en el caso de Mank? ¿Revelando lo mejor de sí mismo, amortiguando en algo la inconsistencia moral de su consumo sin freno?
 
— Sí, eso es posible — diría conmovido por la película Mank. Sí, me repetiría, si es posible, si en algún momento de nuestra vida logramos identificar lo sagrado de lo que somos y fuimos llamados a ser.
 
Como dijo Julio Cortázar en carta a su amigo poeta y editor cubano Fernández Retamar (1967):
 
“En lo más gratuito que pueda yo escribir asomará siempre una voluntad de contacto con el presente histórico del hombre, una participación en su larga marcha hacia lo mejor de sí mismo como colectividad y humanidad. Estoy convencido de que sólo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsión y a esa rebeldía se encarnará en las conciencias de los pueblos y justificará con su acción presente y futura este oficio de escribir para el que hemos nacido.”
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Rebeldía desde el arte 

Y Mank como Cortázar postulaba, fue quizá un rebelde, pero no desde su visión de intelectual como propone el escritor argentino. Lo fue desde el ser de artista, como lo anticipaba Óscar Wilde a quien lo castigó el estigma de su condición de homosexual, pero quien tuvo la visión de su redención de su reclamada inconsistencia moral por una cultura victoriana:
 
“Todo santo tiene un pasado que ocultar y todo pecador tiene un futuro”.
(Wilde, “Una mujer sin importancia”.)
 
En el caso de Mank, ese futuro fue su escritura. El célebre guionista supo reconocer lo sagrado de su oficio al darse cuenta que había escrito lo mejor de su trabajo y reclamó su reconocimiento de Orson Welles, al final un coautor con dudas, respecto del guion más famoso del cine, si nos atenemos a la película de David Fincher y guion de su padre Jack, disponible en la plataforma Netflix, después de casi 20 años de intentar volverse película.
 
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Rosebud o la escritura sagrada

¿Y en su personaje de Ciudadano Kane, Randolph Hearst en su “Rosebud”, esa palabra en un principio inexplicable también reflejó esa redención, nuestro Mank?
 
Sí, con ese estupendo final del trineo de la niñez en llamas del magnate del amarillismo, en donde se deletrea la palabra “rosebud”, icono desde ese momento de la niñez perdida. Única etapa quizá realmente pura de la vida del magnate, la quintaesencia de lo sagrado, que al morir repetía y nadie a su alrededor le entendía.
 
Se puede entonces ser portador de una ética testigo de nuestro tiempo, de revelar lo mejor de nosotros mismos, a pesar de nuestras falencias. Y lo logramos, solo si a partir del reconocimiento de lo sagrado que tenemos, podemos revelar en nosotros, una conducta mejor del ser humano.
 
Y lo hacemos desde eso sagrado que estamos llamados a ser, escritores, como Mank con su rosebud, su escritura sagrada.
 
Lo sagrado
quintaesencia de devenir
espíritu nuestro
autenticidad
rosa nacida
revelada
en nuestra levedad
testigo de un tiempo
del ser humano
que llevamos dentro.
Enrique Echeverría Ovalle

Abogado. Magister en Creación Literaria, Universidad Central. Ha publicado el poemario "Estaciones".

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