"Relato de un naúfrago" de Gabriel García Márquez: antecedente del Nuevo Periodismo

Desde tiempos de Odiseo -el arquetipo universal, de la literatura occidental, que personifica la lucha del hombre contra el mar y el destino adverso- los relatos de naufragios han permanecido a lo largo del tiempo entre los temas universales más cautivantes. Las artes narrativas desde entonces se ocuparon de ello, contando relatos para diferentes medios y lenguajes. Y es que el mar como medio natural de interconexión entre continentes y culturas, obligó al hombre a navegarlo desde que se tiene memoria. El registro de los navegantes y sus travesías cautivaron a lectores con la invención en occidente de la imprenta a manos de Gutenberg, y el descubrimiento de América.
 
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El marino Luis Alejandro Velasco
 
Desde ese entonces la literatura de no ficción se encargó de establecer un territorio de relatos de mar gracias a los registros que hacían de sus travesías de algunos hombres de mar y de letras. Para el caso latinoamericano fueron los Cronistas de Indias los encargados de preservar la memoria del encuentro de la vieja Europa con el nuevo mundo. Los naufragios estaban a la orden del día por aquellos días y quien sobrevivía a semejante prueba era considerado todo un Odiseo.
 
 
De todos esos relatos vale la pena mencionar la crónica escrita por el conquistador español Álvar Núñez Cabeza de Vaca, un sobreviviente de los azotes del mar que en 1542 narró su dura experiencia a la que llamó Naufragios. Una de sus aventuras más alucinantes fue la que vivió después de salvarse del desastre marino, ya en tierra firme vivió todo tipo de dificultades mientras convivió con la tribu Karankawa, comunidad que lo adoptaría como esclavo por seis años. El conquistador conquistado fue iniciando por sus amos en el complejo aprendizaje de la cultura del mimbre, el chamanismo y demás costumbres de esa tribu precolombina. Cabeza de Vaca sería uno de los primeros europeos en convivir, al mejor estilo de los antropólogos del siglo XX, con los indígenas americanos, cuando el descubrimiento del mundo no se hacía por el buscador de Google. La versión cinematográfica del director Nicolás Echevarría y el guionista Guillermo Sheridan, titulada Cabeza de Vaca (1991) nos permite acercarnos ante el violento encuentro de dos mundos, desde un particular punto de vista.
 
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García Márquez y su Cabeza de Vaca

Cada país tiene en su colección de náufragos y naufragios, unos más célebres que otros. En el caso colombiano Luis Alejandro Velasco pasó de protagonizar la noticia de moda a quedar inmortalizado por García Márquez en el clásico de la crónica periodística titulada Relato de un náufrago.
 
Todo comenzó a las 6 de la mañana del 24 de febrero de 1955, cuando el destructor A.R.C. “ Caldas” de la Armada Nacional de Colombia zarpó del puerto de Mobile, Alabama, rumbo a Cartagena de Indias. A dos horas de llegar al puerto de su destino, la mar gruesa lo castigó con dureza hasta hacerlo escorar. Las fuerzas de las olas arrojaron ocho marinos a las aguas, según García Márquez, siete de ellos murieron ahogados y uno de ellos quedó a la deriva en una balsa durante diez días. Luis Fernando Velasco sobrevivió a las inclemencias del clima, el hambre, los tiburones y el deterioro psicológico hasta tocar tierra en Playa Mulatos, municipio de Necoclí, en el departamento de Antioquía.
 
La noticia se registró con gran despliegue en los medios colombianos, y su difusión catapultó al náufrago a la fama. El marino Velasco se convirtió en un héroe nacional que protagonizó campañas publicitarias, homenajes, y un largo desfile por los medios de comunicación para contar su historia. En su afán narrativo y de paso lucrativo llegó al periódico El Espectador, para vender su historia a cambio de unos pesos. El joven editor Guillermo Cano decidió comprarle el cuento a sabiendas que ya había sido contado sin cesar. Quizás lo impulsó una corazonada, o quizás fue ese olfato afilado del sabueso de redacción, que lo llevó a designar la tarea de escarbar con calma donde otros ya habían escrito sobre el asunto.
 
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Portada del diario El Espectador cuando publicó el reportaje en 1955
 
El encargo se le encomendó al joven reportero Gabriel García Márquez, quien aseguró, que lo hizo más por un deber de resignada obediencia que por amor al oficio. Cuenta García Márquez, en el prólogo de la edición del libro Relato de un Náufrago, que descubrió en el marino un narrador nato, un joven inteligente a quién le gustaba contar al detalle su anécdota. Fue un encuentro entre un talentoso narrador oral y un potencial genio de las letras.
 
En 20 sesiones maratónicas de 6 horas diarias el periodista recogió en su libreta de apuntes -sin ayuda de grabadora alguna- los datos para la reconstrucción de la odisea de Velasco en alta mar. El relato se publicó por partes a lo largo de 14 días, donde el tiraje del periódico aumentó y los lectores esperaban con ansias cada parte de la historia.
 
En un comienzo el gobierno militar del General Rojas Pinilla celebró con júbilo la exaltación literaria del héroe nacional hasta que una de las entregas del relato sacó a flote una de las verdades guardadas con recelo. El barco casi se hunde por un exceso de carga mal distribuida, y no por causa de una tormenta como lo aseguraba la versión oficial.
 
Según García Márquez, en el prefacio de la edición publicada por Tusquets editores en 1970, para ese día pleno de sol y con un cielo despejado, las únicas fuerzas de la naturaleza adversas fueron el mar y la brisa que ocasionaron grandes olas, asunto climático que un destructor sin carga podría haber sorteado sin mayores apuros. Cuestión grave para la armada y serio problema para la dictadura que regía los tristes destinos del país por aquellos días, pues un barco de guerra no tenía permitido cargar con sobrepeso y mucho menos contrabando -neveras, lavadoras y otros electrodomésticos- amarrado a la popa.
 
Ese dato explotó como una mina submarina en la actualidad noticiosa de aquellos días y el régimen tomaría cartas en el asunto. 
 
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El dictador reacciona

El General Rojas Pinilla llegó al poder el 13 de Julio de 1953 fruto de un golpe de estado infligido al presidente conservador Laureano Gómez. La usurpación del militar tenía el objetivo de “pacificar” un país atrapado en una de las atávicas vorágines de sangre propias de la historia colombiana.
 
Eran los días de la violencia bipartidista que explotó con la muerte del caudillo liberal, Jorge Eliécer Gaitán. Desde la capital del país se regó como pólvora una ola de violencia por todo el territorio nacional. Los colombianos se mataban, por aquel entonces, entre los seguidores del Partido Liberal y el Partido Conservador y la historia no se ha puesto de acuerdo en determinar las cifras de víctimas de ese periodo sangriento. Para algunos, los datos no bajan de 300.000 (Palacios, 1995) muertos, para otros estudiosos no fueron más de 113,000. Para la memoria colectiva de esa generación de colombianos el asunto fue más que simples cifras porque el golpe violento dejó sus marcas en miles de familias que lloraron sus muertos, curaron sus heridos, o huyeron desplazadas.
 
Aquellos días marcaron una de las épocas más tristes y crueles de la historia contemporánea. Periodo que se consolidó como un hito dentro de los tantos ciclos del conflicto colombiano. Quizás comparable con la barbarie de la conquista española, la campaña de independencia, y las violencias engendradas por los grupos guerrilleros y los bloques paramilitares de finales del siglo XX.
 
Rojas Pinilla le dejaría la televisión, la construcción de un aeropuerto internacional para la capital e importantes vías, y cabe destacar que bajo su gobierno las mujeres obtuvieron el derecho al voto. También es recordado por actos de represión, censura a la prensa, y señalamientos de corrupción. Cuando se publicó en el diario El Espectador que la verdadera causa de la desgracia del marino Velasco fue el contrabando y no una tormenta, la reacción del régimen no se hizo esperar.
 
El Espectador fue objeto de multas, excesivos impuestos, confiscación de ejemplares; la presión obligó al periódico a un cierre casi definitivo. Para el joven García Márquez, el exilio fue la única salida que le dejó el régimen. Para fortuna de la historia del periodismo colombiano, la etapa europea de Gabo sería una de las etapas más prolíficas de crónicas y reportajes del nobel colombiano. 

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Hito del periodismo narrativo latinoamericano

La obra de García Márquez en el panorama literario colombiano marca un antes y un después. La instalación de su obra literaria en la historia de las letras llevó a un segundo plano su obra periodística, relegando el estudio de esta como un asunto exclusivo de las facultades de comunicación y periodismo. Su producción periodística da cuenta de un segmento de la historia del siglo XX de Colombia, América y Europa a través de columnas de opinión, reportajes y crónicas.
 
Uno de sus clásicos en este campo fue justamente el Relato de un náufrago, obra que sigue editándose hasta el cansancio y goza de innumerables traducciones. El aporte del Nobel colombiano es una muestra de la dimensión narrativa de un género literario y periodístico cuya tradición se remonta siglos atrás.
 
 
Para 1955 el joven García Márquez un joven tomó un riesgo narrativo bajo la tutela de Guillermo Cano -una leyenda de las redacciones colombianas-, escribió la historia del náufrago en primera persona para lograr el efecto testimonial sumergiendo al lector en un intenso monólogo del protagonista. Una apuesta creativa poco usual en la prensa actual y de la que deberían aprender los editores del siglo XXI y los jóvenes cronistas de la era digital.
 
Relato de un náufrago está construido magistralmente con herramientas que años más tarde el llamado Nuevo Periodismo Norteamericano proclamará como suyas. Técnicas narrativas que la crónica latinoamericana empleaba desde el Río Bravo hasta la Patagonia desde siglos atrás. En Colombia el estudio dirigido por Juan José Hoyos titulado Pasión de contar: el periodismo narrativo en Colombia (2009), arroja evidencias de ello y traza una evolución del periodismo narrativo desde 1638 hasta nuestros días.
 
García Márquez utilizó técnicas literarias para contar un acontecimiento de no ficción. El tiempo circular, las mudanzas del punto de vista, el monólogo interior del náufrago y su deconstrucción psíquica como personaje, la exposición y desarrollo de los conflictos, la magistral construcción de las escenas, la precisa tensión dramática, el ensamblaje perfecto de la historia, son algunos de las herramientas literarias que el autor utilizó con una habilidad inusitada a sus 27 años. 
 
Como una buena novela, Relato de un náufrago profundiza en diferentes ámbitos de la dimensión humana; el hombre es llevado a los límites del abismo de su propia existencia para asomarse al Finisterre de su vida y abandonarse a la sinrazón, como un Hamlet de naufragio que lidia el temporal en los entresijos de sus dilemas.
 
Es difícil no pensar en el Ulises de Homero y El Viejo y el mar de Hemingway a lo largo del relato. Todo un clásico de la crónica y los relatos de mar. Vale la pena sumergirse en la lectura de esta fascinante historia.
Héctor A. Calderón B.

Escritor, guionista y docente universitario.

Premio Nacional de Guión 2010.

Ministerio de Cultura, Colombia.