"Se llamaban los Billis de Unicentro" de Felipe Mercado Rico: rumbea mucho, vive rápido y estréllate contra el asfalto bogotano

Las historias de la vida cotidiana en las ciudades forman parte de la memoria, privada y colectiva, de un grupo social. Son historias, relatos, que hay que contar pues enriquecen la mirada al pasado y forman parte de lo que somos, por eso es bueno conocerlas. 
 
Quienes fuimos adolescentes en la década de los 80, y llegamos a vivir al norte de Bogotá, un día descubrimos que "ser Billi" era un asunto de estética y de actitud. La estética siempre atractiva, la actitud no tanto.
 
Eran otras épocas, otras condiciones de vida en la ciudad que marcaron la entrada y desarrollo de los años 80, de la mano del surgimiento de una nueva generación de jóvenes que tarde o temprano se tomó las calles, los parques, los barrios, los colegios, las discotecas, los bares, los bazares, las fiestas, los centros comerciales. Fue antes de internet, de los celulares, de los smartphones, de las redes sociales. Fuimos la generación que comenzó la ola digital que se tomó el mundo, pero éramos analógicos.
 
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Una nueva generación de adolescentes y jóvenes que se tomó Bogotá en los años 80

El escritor y periodista Felipe Mercado Rico nos trae el libro de autoficción "Se llamaban los Billis de Unicentro" (Planeta, 2020) donde reconstruye esa época, años dorados para muchos. Fue un momento en que, al tiempo que una generación de jóvenes surgía en la ciudad, y se hacía sentir, comenzaba la época oscura del narcoterrorismo de Pablo Escobar, que poco a poco llevó al narcotráfico al poder. Narcoterrorismo y violencia que afectaron mucho a Bogotá, con hechos como la toma del palacio de Justicia, por parte del grupo guerrillero M-19, y atentados como la bomba del DAS, la bomba de Quirigua, la de la 93 que destruyó el centro comercial, o las bombas en las sedes políticas del barrio La Soledad. Una época violenta y polémica retratada en un texto que ha levantado polémica entre quienes vivieron aquellos años, pues aunque el relato se centra en la vida del autor y de algunos personajes que llegaron a ser célebres, como lo fueron los líderes del "combo de Unicentro": los hermanos Esteban y Gonzalo Araque, Ricardo "el Pirata", Tadeo y otros más, aún hay mucho por contar.
 
 
Felipe Mercado nos cuenta su experiencia, las luces y oscuridades de una época sobre la que han escrito periodistas como Silvia Duzán o Andrés Ospina, pero en general sobre la que se ha escrito muy poco. Luces por la explosión estética y cultural que esto generó, una transformación social de la mano de una generación muy especial; oscuridades porque todo este derroche de vida vino acompañado por muchas drogas, entre ellas la más letal en los años 80: el bazuco. Muchos billis terminaron siendo bazuqueros, rondando las calles de los barrios del norte y occidente de Bogotá, en especial Las Villas, Niza 9, Galerías, Pablo VI, Modelia, Normandía, Cedritos y Villa del Prado.  El bazuco fue una realidad que se incrustó en cotidianidad de los jóvenes en aquellos años. 
 
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El escritor Felipe Mercado Rico

La pasión por el baile y la rumba

En esta obra, a través de la peculiar expresión de su autor, se puede llegar a sentir una época intensa marcada por la rumba y sobre todo por la PASIÓN por la rumba y el baile. Fue el momento en que comenzaron las fiestas de menores de edad en las discotecas Rio, Unicornio o Amnesia, las "chiquitecas", que luego fueron las "minitecas", que culminó con la aparición de los bares de la 82.
 
Una década de fiesta que comenzó con el boom de la música disco, luego el break dance, después la moda del merengue dominicano, el tecno y el house hasta llegar a lo que nos marcó a muchos: el rock en español. Había que bailar bien, muy bien para hacerse notar, porque el baile era pasión y entrega. Ya fuera disco o break dance, merengue o house, había que brillar en la pista. Moverse bien era una convicción y hasta una forma de caminar, un bailado especial, tenían los billis

Una nueva configuración geográfica social bogotana

En la obra de Mercado se aprecia que la de los billis fue una generación (en realidad fueron como dos o tres) marcada por una libertad insólita en ese momento: hijos de una clase media y media alta emergente, de padres y madres profesionales,  que trabajaban o estaban divorciados, y que en realidad estaban poco en casa. Adolescentes que después del colegio llegaban a sus hogares, donde nadie los recibía, lo que significaba el poder salir en las tardes a pasar el tiempo con la/os amiga/os, a montar en bicicleta, si era de cross mejor, si era la Mongoose mucho mejor. Esto coincidió con la expansión de Bogotá hacia el norte y el surgimiento de nuevos barrios, como Contador, Cedritos, Multicentro, Capri, Villa del Prado o Mazurén. 
 
Se hacía una vida de calle y los adolescentes salían a exhibir la moda, la ropa de marca, los tenis de diseños sofisticados, los relojes, los peinados. A pasar el tiempo, a especular, a enamorar. Fue la década en que el narcotráfico se filtró por completo en la sociedad, no sólo se trataba de hijos de padres profesionales que trabajaban, también habían hijos de narcos emergentes, incipientes traquetos, esmeralderos o abogados de narcos. Chicas y chicos de buena posición económica, expulsados de los buenos colegios bogotanos, que estudiaban en los nuevos liceos que pululaban por el norte de la ciudad.  
 
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La entrada 6 de Unicentro 

Los Billis: esos "raros peinados nuevos" en la entrada 6 de Unicentro

Mercado relata cómo la entrada 6 del centro comercial Unicentro se convirtió en el punto de convergencia de los jóvenes adolescentes del norte de Bogotá. El plan de cada tarde era ir a Uniplay, un local donde había máquinas con juegos electrónicos legendarios como los marcianitos (Space Invaders), Pac - Man, Asteroids o Tetris. Los adolescentes llegaban a este lugar a jugar maquinitas, gastarse el dinero y luego a pasar el día en las escaleras de la parte posterior del centro comercial. Y allí a echar la tarde, a mirar a los otros billis y ver cómo iban vestidos, cómo hablaban, cómo se entendían entre ellos, con la ilusión de ser aceptado, integrado al grupo y poder ser "un billi más". 
 
Ser "Billi" significaba vestir ropa de marca: polos Lacoste, pantalones Levi's 501, muy entubados, busos Shetland, zapatillas Reebok, Nike, Adidas, Converse, Bosi, camisetas Ocean Pacific o Gotcha. Significaba llevar el corte de pelo que te identificaba como algo nuevo en esta sociedad conservadora: el corte rapado a ambos lados con la cresta al frente, o el mechón si tenías el cabello liso, y las greñas atrás. Si tenías arete mejor. Las chicas llevaba el "peinado Alf", que era un largo y curvilíneo mechón que ellas con gran habilidad sabían mantener siempre perfecto.
 
Las niñas también vestían de forma exquisita, inspiradas en cantantes de moda como Madonna: minifaldas, medias ajustadas brillantes, zapatillas Reebok o Converse de colores. Pero además, para ser Billi de verdad había que estar en la calle y andar en "combo", en "gavilla", en "pandilla", en "gallada". Para ser billi había que callejear, ir a Unicentro, pasearse mostrando la pinta, ir Uniplay, a la entrada 6 a pasar el día y luego buscar una fiesta. Y había que hablar de una forma especial, exagerando los sonidos, empleando una jerga propia: "¡qué soda!", "¡qué seba", "todo bien pero nada que ver", hablando "con la papa en la boca". Si vestías bien y hablabas bien, pero no callejeabas, tan sólo eras un "gomelo". 
 
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Los orígenes del "bulling" rolo 

Felipe Mercado expone la forma como se daba otra característica del universo billi: la pelea y el matoneo. Había que montársela a alguien y saber darse trompadas. Pelearse era usual, no era un convivencia pacífica de "paz y amor", era la ley del más fuerte. Y esto abarcaba tanto a los chicos como a las chicas. Te podían armar pelea por cualquier cosa, podías salir golpeado por mirar a alguien, en especial si mirabas mucho a la novia de un billi, a una hermosa chica billi. Porque las chicas eran muy bellas y la forma de vestir las hacía ver aún más atractivas.
 
Pero ellas también eran malositas y las veías mirando los tropeles, se iban con el que ganaba, se burlaban del que perdía, algunas veces eran ellas las que promovían la pelea si te pillaba mirándola de más. Entonces le decían a su novio billi, o a su amigo, que "ese man me está mirando". Si hay una carencia en la obra de Mercado es esta: evade el protagonismo de las chicas, de esas jóvenes y adolescentes que también estaban allí, participando, peleando, animando la fiesta y el tropel. Porque para ser un billi había que tener una novia billi y para una chica billi era indispensable tener un novio billi peleador, montador, agresivo, malosito.
 
Después del bulling y las peleas a puño limpio, que se hicieron cotidianas en la entrada 6 de Unicentro, vinieron las peleas con chacos y manoplas. Los billis eran muchos y de otros barrios de Bogotá llegaron nuevos combos hasta Unicentro. Las peleas se hicieron pan de cada día en el parqueadero, frente a las escaleras. Y aparecieron los robos en el centro comercial mientras en lugares como "Hipopótamos", "Aki" o la "Taberna Bávara" los adolescentes billis, menores de edad, compraban y bebían cerveza y tenían sus primeras jumas y sus primeros corazones rotos. En esa época no había problema por vender cerveza a menores de edad. 

El comienzo del final de los billis: el asesinato de Tadeo 

La palabra "billi" se convirtió en una marca, al parecer indeseable para los líderes del combo de Unicentro, pero luego una marca a la que aspiraban muchos. La década fue avanzando y estos adolescentes callejeros se convirtieron en jóvenes que estaban presentes en todas las movidas y fiestas juveniles, proms de colegios, bazares, desfiles de moda. Sobre todo estaban presentes en todas las movidas rumberas del norte de Bogotá. Para muchos el estudio fue lo de menos y mientras algunos billis terminaron el bachillerato e ingresaron a la universidad, otros se quedaron en las calles, robando a los más jóvenes, quitando chaquetas, zapatillas o la plata, vendiendo drogas en las discotecas y luego andando armados, cargando pistolas, sobre todo la famosa "9 milímetros", y entrando en el violento mundo del narcotráfico.
 
Uno de ellos fue Tadeo, a quien muchos adoraron y admiraron mientras que otros temíamos encontrarlo en las calles del barrio Cedritos, sobre todo si íbamos estrenando zapatillas, pues seguro nos quedaríamos sin ellas. Fue el primer gran líder del "combo de Unicentro", una persona con carisma, gran bailarín y peleador.
 
Por otra parte, el robo y el matoneo fueron una marca de la celebridad de muchos billis famosos. Al mismo tiempo fueron objeto de culto y adoración por sus amigos cercanos, con quienes guardaban lealtad y fraternidad. Si hay algo que ha levantado polémica en la reactivación de la memoria billi que se produjo en los grupos de Facebook, ha sido la imagen de estos personajes que deambula entre la generosidad sin límites y el crimen.
 
Tadeo fue una leyenda en los años 80 y hoy en día lo sigue siendo, para bien o para mal. Una leyenda que terminó mal, pues fue abaleado en junio de 1987, al parecer por un grupo de traquetos a quienes intentó robar. Esa muerte tan violenta causó mucho impacto en el todos y fue el inicio del fin de "el combo de Unicentro". La pandilla se comenzó a disolver, a los Billis les negaron el ingreso a Unicentro y les tocó tirar para otro lado, a los nuevos centros comerciales como Galerías o Bulevar Niza. Fue entonces que los billis empezaron a frecuentar la calle 82, zona de Bogotá que a finales de los años 80 comenzó a ser el lugar de la rumba sofisticada rola, en especial con la aparición de fantásticos bares como Music Factory o Metro.  

esteban araque tadeo asesinato gonzalo araque billis unicentroLa muerte de Esteban Araque

Felipe Mercado relata cómo luego fueron cayendo asesinados otros billis célebres, muertos en riñas callejeras o como producto de venganzas. Al mismo tiempo quienes lideraron el combo de Unicentro tomaron la senda de la delincuencia. A comienzos de los 90 ya cargaban su propia arma y habían abaleado a otros billis, por peleas personales de las que hoy nadie se acuerda cómo comenzaron. El final de esta época llegó en abril de 1990 cuando Esteban Araque fue asesinado en la calle 85 por un joven armado, hijo de un paramilitar, a quien Araque habia dado una gran paliza horas antes. Le quitó la vida una ráfaga de mini Uzi.
 
Esteban Araque se había convertido en el líder del combo después de la muerte de Tadeo. Gozaba de igual o más popularidad que su antecesor. Así mismo heredó muchos enemigos e hizo otros nuevos, algo que lo llevaría a su trágico final. De esa muerte se habló mucho en el barrio e incluso en la universidad, los hermanos Araque y la pandilla de Unicentro eran muy célebres. Los que en algún momento pasamos el tiempo en Unicentro, mirando a las niñas billis, habíamos seguido con nuestras vidas, sin niña billi al lado, pues la novedad duró algunos años pero pasó. Esa muerte nos impactó, pues eran manes pintas, de buena familia, que habían estudiado en buenos colegios y pudieron haber tomado otro camino, en vez de creerse el cuento del pandillero inmune.
 
Quedó en la memoria el recuerdo de las fiestas y el baile, pero sobre todo sobrevivió la convicción por la rumba. Hoy muchos antiguos billis, mujeres y hombres, siguen siendo grandes rumberos bogotanos y ni siquiera las nuevas generaciones, como los jóvenes del reguetón, les dan la talla en la pista: el espíritu rumbero billi sigue vivo y coleando, reventando la pista de baile. Para la muestra esta obra y la propia vida de su autor, Felipe Mercado Rico, hijo del escritor, nuestro gran profesor de literatura en la Universidad Nacional, el Maestro Jairo Mercado. 
 
Para Felipe Mercado Rico, todo el agradecimiento por la valentía al escribir esta obra. Así mismo hay que destacar su estilo de escritura, las reflexiones profundas y acertadas que hace, de alguien que vivió lo bueno y lo malo de esta época, que sigue luchando contra esos fantasmas que consumieron a muchos jóvenes bogotanos. Un estilo literario donde resalta el dialecto que mucho hablábamos en ese entonces y que él rescata. 
 
Antes de llegar a terminar este libro el autor había publicado varias entregas en un grupo de Facebook, que reunió en un documento llamado "Cuando mataron a Esteban acabó la pandilla de Unicentro", donde añadía otros aspectos que no incluyó en el libro. Historias que le contó Luis Gonzalo Araque, hermano de Esteban. Al parecer se pelearon y estas historias no fueron añadidas al libro publicado por Planeta. Una lástima, es una vivencia que vale la pena seguir siendo contada.  
 
Edwin Umaña Peña

Escritor, guionista y docente universitario.

Autor del libro de cuentos "Amor Sexo Decepción" (2021) y de la novela "La conspiración de los farsantes" (2017).